jueves

¡Son peruanos! ¡Son peruanos!

Wilfredo Ardito Vega

Hace dos años, regresaba al Perú desde Guatemala, pero el avión se retrasó por un problema de mal tiempo y perdimos la conexión en Costa Rica. No había otro vuelo hasta el día siguiente. Me dirigí al mostrador de la aerolínea con otros quince pasajeros peruanos, en su mayoría familias que venían de pasar las vacaciones de Fiestas Patrias en Estados Unidos. Había también una señora española cuyo esposo trabajaba en Telefónica.

Cuando por fin el displicente empleado aceptó que debían llevarnos a un hotel, me pidió mi pasaporte y exclamó asustado:

-Pero, ¡usted es peruano! ¡Son peruanos!

-Sí, pero no queremos quedarnos en Costa Rica. Estamos yendo a Lima.

-¡Tengo peruanos aquí! –insistía el empleado por teléfono, como si hubiera llegado un cargamento de leprosos–.

-¿Qué pasa? –me preguntaban los compatriotas.

Yo les expliqué que, como no teníamos visa para Costa Rica, nuestra presencia era irregular. Añadí que ya era la tercera vez que me quedaba varado allí, gracias a la informalidad de las aerolíneas centroamericanas, pero no les dije que nunca antes nuestra nacionalidad había generado tanta reacción.

Mientras caía la noche, nos permitieron llamar por teléfono al Perú. El aeropuerto estaba desierto y los empleados de la aerolínea preparaban con lentitud una solicitud de autorización para nuestra permanencia temporal. Teníamos hambre, porque en el avión sólo nos habían dado dos bolsitas de maní a mediodía. Quizás por un presentimiento, yo había desayunado en abundancia tamales, huevos revueltos, tortillas y otras viandas guatemaltecas.

Recién a las ocho de la noche nos condujeron por unos largos pasadizos hasta la salida. Cerca de los detectores de metales había un frasco roto de champú en el suelo.

-¿Quién de ustedes ha hecho esto? –nos preguntó agresivo un policía.

Parecía que los peruanos tenían la culpa de todo lo que andaba mal en el aeropuerto.
Súbitamente un funcionario gritó:
-¡Vuelvan a la sala de espera!

Obedecimos, pero luego decidí ir a buscar una explicación y me la dieron con cierta vergüenza. Llamé aparte a los adultos y les dije:

-Señores, a veces nos quejamos que el Perú es un país desorganizado, ¿no es así? Bueno, estos patas –usé el peruanismo adrede para mitigar la tensión -han bajado de su computadora una solicitud para nuestra autorización…, pero no le cambiaron la fecha. Por eso tienen que volver a hacer todo de nuevo.

Una hora después salimos del aeropuerto y nos esperaban en una combi dos policías, uno negro y otro blanco, más pequeños que cualquier policía peruano. Se quedaron con todos nuestros pasaportes y solamente hablaban con la señora española, como si los peruanos fuéramos algo contagioso. Nos llevaron a un hotel campestre, de habitaciones diminutas donde nos esperaba un buffet insípido, pero que a esa hora parecía una maravilla. Pensando que era otra peruana ilegal, a la española la gritaron los mozos por pretender servirse dos presas de pollo. Sólo a la mañana siguiente, minutos antes de partir, nos devolvieron el pasaporte.

Este episodio se me ha venido a la mente, ahora que el Parlamento Europeo ha aprobado medidas severísimas contra los inmigrantes ilegales. Se ha dispuesto su reclusión hasta por 18 meses, la repatriación de niños a países que no conocen y la prohibición a los inmigrantes expulsados de regresar por cinco años o más. Esta criminalización de los migrantes resulta sorprendente en gobiernos que pretenden ser democráticos y respetuosos de los derechos humanos, pero que en la práctica colocan la ciudadanía europea como el verdadero elemento a ser respetado.

Un mes después que los gobernantes europeos expresaron en Lima su preocupación frente a la pobreza de América Latina, tratan como criminales a los pobres, porque la pobreza es la razón principal de la inmigración ilegal. Ahora que Europa Oriental proporciona suficiente mano de obra barata, quienes provienen de otros lugares ya no son bienvenidos.

Muchos gobernantes latinoamericanos han recordado lo bien que fueron acogidos los inmigrantes europeos en esta parte del mundo y, al parecer, están estudiando una reacción conjunta. A mi modo de ver, lo mínimo que podríamos hacer los peruanos es pedir visa para los visitantes europeos, por un elemental principio de reciprocidad, que, por ahora, sólo funciona hacia mexicanos y centroamericanos.

El incidente de Costa Rica no fue la última vez que el destino me convirtió en inmigrante ilegal. Hace dos años, tras descender del avión que venía de Inglaterra a Madrid me sorprendió llegar a la calle sin ver ningún funcionario de migraciones: habíamos aterrizado en la zona de vuelos nacionales.

Como corresponde a un honesto ciudadano peruano, busqué afanoso por todo el aeropuerto la oficina de migraciones. El funcionario que me selló el pasaporte ni me preguntó cómo había llegado a España. ¿Qué podría pasar en los nuevos tiempos europeos?

Cholos en Larcomar

El problema de racismo surgido en Miraflores contra dos ciudadanos no ha concitado el interés de la opinión pública, pese a su gravedad y a la falta de decencia pública del alcalde de tal distrito. Ello muestra que aún hoy hay un gran problema de sintonía de los grupos de poder (en este caso político) con el ciudadano de a pié de este país. El futuro, que estamos seguros será uno que permita que todos los ciudadanos puedan hacer los proyectos de vida que deseen, pasa por reconocer la diversidad como positiva y, además, aceptar y valorar las condiciones étnicas y culturales de cada cual.

Proponemos, a título de protesta contra las actuaciones de racismo que perviven, reflexionar a partir de los dos textos siguientes, escritos por dos personas de bien, aparecidos en el Diario Peru 21...
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Delito de cacharro
Jorge Bruce
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El alcalde de Miraflores, Manuel Masías, estuvo presente en una conferencia de prensa, convocada por la oficina de Imagen Institucional de dicha municipalidad.

Ahí se reveló haber detenido a una banda de delincuentes que venían vulnerando la seguridad de los vecinos: Los Malditos de Larcomar. Cuando salió a la luz que los supuestos malhechores eran, en realidad, jóvenes deportistas de San Juan de Lurigancho -los que, sin embargo, habían sido enmarrocados y, según afirman, maltratados e, incluso, se les habría intentado 'sembrar' droga para incriminarlos-, el director de la Policía, Octavio Salazar, relevó al comisario de Miraflores y al mayor encargado del caso. En cambio el alcalde miraflorino se negó a ofrecer disculpas, alegando que las investigaciones no habían concluido. Lo cual es un absurdo más grande que el parque Kennedy.

Si dichas pesquisas recién comenzaban, ¿cómo pudo participar en una conferencia de prensa para anunciar que "en un trabajo conjunto entre el Serenazgo y la Policía se logró desarticular a una peligrosa banda de asaltantes que mantenía en vilo al distrito"? ¿Se les puede presentar como delincuentes sin que se haya probado su culpabilidad, y no se deben ofrecer disculpas cuando todo indica que se trata de un error gravísimo?

Lo que agrava el caso es la fundada sospecha de un "error" de corte racista, basado en el peligro -este sí real- del funcionamiento en base a prejuicios: ¿cholos con bicicletas, celulares y MP4?
El peligro radica en que de los prejuicios -opinión previa y tenaz, representación mental en virtud de la cual se confiere una significación extensa a los signos raciales- se salta a la discriminación, que es el pasaje al acto, por lo general en forma de abusos o denigración.

Esto parece haber sido lo que ocurrió en perjuicio de Abraham Nina Márquez, Jorge Chávez, Daniel Távara y César Cavero.

Su infracción consistió en lo que se podría llamar delito de 'cacharro' (rostro, en jerga).

En su afán de mostrar avances en la lucha contra la delincuencia, las fuerzas del orden no dudaron en obrar precipitadamente, humillando y dañando la reputación de cuatro muchachos inocentes.

Pero lo más escandaloso es la negativa del alcalde a disculparse. No solo por lo que esto revela de su concepción de la autoridad -para mostrar logros, acude presuroso; para reconocer daños contra personas lesionadas en sus derechos y dignidad, exige pruebas- sino particularmente por la señal que envía a la comunidad.

Si esos cuatro chicos fueran de los que se admiten sin problemas en ciertas discotecas del centro comercial que da nombre a la banda de marras, no habría necesidad de pedir disculpas porque las detenciones violentas ni, a fortiori, la conferencia de prensa, habrían tenido lugar.

Si los derechos no son de todos, son privilegios que causan rencor y dolor en los discriminados, remordimiento inconsciente y temor en los privilegiados. Lejos de integrar, el alcalde divide.

El racismo se manifiesta en la desigualdad en el trato a las personas, en función de sus rasgos étnicos o apariencia.

No es, como se ve, exclusivo de los sectores "beneficiados".

Al actuar con esa irresponsabilidad -y quizás dolo si lo de la 'siembra' se comprueba- tanto serenos como policías se someten a patrones racistas hegemónicos, en el ámbito de la autodiscriminación.

Lo que ellos le hicieron a esos chicos mañana se lo pueden hacer otras autoridades, identificadas con el agresor, a sus hijos o parientes. O a ellos mismos.


Malditos (cholos) de Larcomar: ¿Tanto le cuesta ofrecer disculpas, alcalde Masías?
Augusto Alvarez Rodrich

'Blanco corriendo: atleta haciendo ejercicio; cholo corriendo: ladrón escapando de la escena del crimen'. Este chiste racista que se suele escuchar es lo que parece haber ocurrido, hace poco, en un incidente lamentable durante un evento de ciclismo realizado en Larcomar.

Cuatro jóvenes entusiasta de ese deporte asistieron a ese centro comercial el jueves de la semana pasada pues dentro del mismo se realizaba una novedosa competencia de ciclismo. De pronto, mientras lo presenciaban, fueron detenidos, esposados y -según su propia versión- golpeados en la comisaría de Miraflores, donde no se les permitió preguntar por qué estaban ahí, y se los obligó a firmar una declaración que no les permitieron leer.

Las pruebas eran, como en el chiste racista, estar en un centro comercial de buen nivel, portar celulares, cámaras digitales y -aún más sospechoso- un MP4, así como -lo cual parece haber sido la evidencia contundente- tener aspecto de cholos. Es decir, los habían agarrado con las manos en la masa.Peor aún. Siempre de acuerdo con su versión, ante la protesta de los detenidos, se les amenazó con sembrarles droga, con lo cual la pena a la que se exponían era mucho más severa que un hurto.

Poco después, el alcalde de Miraflores, Manuel Masías, y el jefe policial del distrito, Luis Flores, los presentaron ante la prensa como delincuentes peligrosos e integrantes de la temida banda 'Los Malditos de Larcomar'. A 'jamonearse', entonces, con la captura del temido grupo que anda robando carteras y propiedad privada en dicho establecimiento comercial, lo cual es cierto y, evidentemente, genera indignación en los clientes y preocupación en las autoridades.

El problema, como se sabe ahora, es que los muchachos detenidos no eran los integrantes de la banda 'Los Malditos de Larcomar', solo que 'se parecían a ellos'.Todos los indicios apuntan a que se trata de un nuevo caso de discriminación racial inaceptable que puede dar para un nuevo chiste: 'blanco con MP4, cliente; cholo con MP4, choro'.

Y es lamentable, finalmente, que ayer en RPP, el alcalde Masías no aceptara la invitación para ofrecerles una disculpa a los jóvenes ciclistas. ¿Tanto cuesta reconocer un error?