martes

Ser o no ser cholo en el Perú. Una introducción a este blog

Juan Manuel Sosa
Ciudadano constructor

I
Seguramente usted ha visto nuestro afiche, ése multicolor que llama la atención sobre que TODOS SOMOS CHOLOS.

¿Será verdad que todos lo somos? ¿Qué es ser cholo? ¿Porqué llamar la atención sobre este tema? En esta página intentaremos dar cuenta sobre todos estos asuntos, aunque –es inevitable– de manera inacabada. Y es que las respuestas a las interrogantes planteadas no deberán buscarse principalmente aquí, sino en la calle, en el encuentro con los demás, dentro de nosotros mismos, cuando no se traten de respuestas en (irrefrenable) construcción.

En cada entrada (o post) es lo que hemos intentado: leer nuestra realidad y tomar posición frente a ella. Eso es lo que compartiremos con usted, cholo o chola que se animó a entrar a este blog y leernos.


II
Precisemos: esta no es una página académica, que pretenda hacer ciencias sociales (aunque damos cuenta de algunos aportes en ese ámbito). Tampoco es un espacio de oportunistas para el publicherry y el figurettismo, típico de los políticos mediáticos –y, sobre todo, de los políticos de medio pelo–. Menos aun somos un grupo que se cuelga del temita de moda, siendo inconsecuentes y hablando a media voz, en actitud inconfundiblemente caviar.

Para el partido político Constructores Perú afirmar que TODOS SOMOS CHOLOS es reconocer una realidad evidente, reflejo de una nueva peruanidad ya cimentada y todavía en construcción.

Sin embargo, esta realidad no es fácil de asumir, pues el orden establecido excluyente –en el que todos nos vemos finalmente envueltos– hace difícil reconocer y reivindicarnos tal como somos, y luchar contra la estigmatización de la mayoría de peruanos, sea por su idiosincrasia, cultura, color de piel o situación económica.

Muchas cosas han pasado desde que en Constructores Perú decidimos explorar en nuestra identidad peruana, para finalmente caer en cuenta de que este es un aspecto imprescindible en un proyecto político peruano que promueva reales cambios en el país. Al respecto, sería muy largo detenernos en este proceso de discusión sobre lo cholo –que tiene ya algunos años–, pero sí creemos necesario dejar anotadas unas pocas cosas.

En primer lugar, sobre nuestra opción por el término “cholo”. Tal vez la más fácil reacción ante una expresión polémica y de afianzada connotación negativa –como “cholo”– es buscar otro término que permita ahorrar el esfuerzo (y desgaste) de intervenir en una discusión que podría distraernos de lo que realmente queremos señalar sobre la identidad peruana. Pero desde el inicio sabíamos que esto de participar de la cosa pública no sería nada fácil. Sí pues, el término resulta incómodo para algunos, y nosotros hemos apostado inclusive por cuestionarnos sobre este malestar. No es gratuito que “lo cholo” cause escozor y, justamente por eso, asumirnos cholos es mucho más que un acto de auto-reconocimiento, es una reivindicación de esta nueva peruanidad relegada y una afirmación ineludible para la construcción de una república verdaderamente inclusiva.

Algunos destacan el origen vejatorio del término, supuestamente vinculado al nombre de algunos perros nativos, de mala raza ante los ojos de los invasores. Y supuestamente nos haría daño reconocernos con un término así de insultante. No obstante, lo cierto es que tanto el término como sus connotaciones ya no dependen de ese origen perdido en la historia; las cargas negativa y positiva que actualmente tiene “lo cholo” exceden a la anecdótica creación del término y, por el contrario, son reflejo de una realidad viva: una cultura en pleno auge y el rezago de una idiosincrasia excluyente y racista.

Todos han de reconocer que lo cholo comprende al mestizaje peruano en sus matrices más reconocibles: la andina y la occidental (primero española, luego de diversa índole). Pero en Constructores Perú, además, afirmamos que lo cholo abraza al mestizaje peruano en sus ricas y diversas expresiones, recogiendo diversos aportes y volcándolos en nuestra peruanidad. Por eso, consideramos a lo cholo no solo como lo mayoritario en el país –en tanto vinculado con lo andino y lo migrante–, sino que reconocemos a todo el país como uno esencialmente cholo, mestizo de tantas formas.

En segundo lugar, en Constructores Perú asumimos nuestra choledad en términos culturales, no simplistamente raciales. Efectivamente, frente a iniciativas puristas y racistas, consideramos que una lectura real y no demagógica de nuestro país dará cuenta de que nuestros modos y temperamento son mestizos; hemos imbricado en nuestras vidas los aportes y las tradiciones de diversas culturas, creando una distinta, que ya puede distinguirse y que continúa en pleno desarrollo.

Así, sostenemos que la choledad no se lleva en la piel, sino en nuestra forma de ser social e individual. Para reconocernos en esta peruanidad poco importa la pigmentación, las facciones o la forma de hablar, más importan los actos y sentimientos de pertenencia a esta cultura chola. Ahora bien, algunos –prejuiciosos y enfermos racistas– querrán vincular la choledad solo con los aspectos más impresentables de nuestra idiosincrasia, para denigrar este reconocimiento colectivo. Pero vicios y errores no son ni mayoritarios ni inherentes a nuestra peruanidad chola; quien quiera verlo así, o se venda los ojos para no reconocer el auge pacífico y progresista de lo mestizo o, reconociéndole, recurre a la mentira y la injuria para defender el status quo que le beneficia.

No obstante, si bien para nosotros la choledad no es un asunto racial, no desconocemos que existe una marcada discriminación por nuestro color y rasgos físicos, ante la cual nos indignamos y subvertimos. Constructores Perú resiste y enfrenta todo tipo de discriminación y postergación, principalmente la económica, que es la más perversa de todas las formas de exclusión. En tal sentido, apostamos por lo cholo como una forma de reconocernos y valorarnos unos a otros como iguales, en una comunidad en la que todos podamos vivir de forma digna.

Como tercer punto, si bien nuestra campaña enfatiza el tema de nuestra peruanidad mestiza, no debe perderse la perspectiva de que la choledad es uno entre otros asuntos fundamentales que en Constructores consideramos imprescindibles para el cambio del país.

En efecto, actualmente hemos desarrollado algunas tesis políticas que consideramos de principal importancia para la construcción de un país de todos y para todos. Tenemos tesis políticas sobre pobreza y exclusión, sobre poder y ciudadanía, sobre identidad y sobre educación; algunas anteriores sobre la relación entre Estado y mercado, otras sobre descentralización; y venimos trabajando últimamente unas referidas a la generación de riqueza y al papel de las élites sociales y políticas para la transformación del país.

Es en el marco de nuestras tesis sobre identidad peruana que consideramos a lo cholo como elemento integrador de lo multicultural –que suele señalarse como lo diverso, desintegrado y hasta enfrentado–. Como se puede apreciar en nuestras tesis, nosotros no obviamos las diferencias culturales existentes, pero creemos que incluso con ellas el mestizaje se ha dado y ha forjado una renovada peruanidad, de la que todos somos parte.

En cuarto y último lugar, es necesario precisar que Constructores afirma la existencia de una identidad nacional, pero no nos consideramos “nacionalistas”, peor aun en los términos que algunos se consideran en nuestro país. Sí creemos en la forja de una nación peruana, que ya podemos vislumbrar, pero no creemos en hacer de la nación un “ismo” demagógico e hipócritamente pendenciero. Amamos a nuestra patria, en tal sentido nos reconocemos patriotas convencidos y ponemos nuestras fuerzas al servicio del país, pero no nos asumimos ni patrioteros ni nacionalistas.

Precisando más: en nuestro proyecto creemos en la democracia como diálogo de todos, de allí nuestra apuesta por el reconocimiento mutuo y la ciudadanización. Creemos en una ciudadanía de derechos y libertades, pero que no olvida los deberes de la persona con respecto a los demás y a su comunidad. Creemos que debe cumplirse la promesa de una república peruana donde todos podamos desarrollarnos, y que cumplirlo es más posible ahora que antes. Creemos que los cambios solo serán superficiales mientras no se solucione principalmente el doloroso asunto de la pobreza. Por todo ello, creemos también que en nuestro país las transformaciones sinceras han de ser finalmente transformaciones radicales, porque deberán incidir de manera decisiva en la raíz de nuestros problemas.


III
Con lo anotado, nuestra noción sobre lo cholo abarca el mestizaje del que todos los peruanos formamos parte. Todos somos cholos. Pese a esto, el país no termina de encontrarse consigo mismo; peor aun, quienes tienen capacidad para decidir y realizar los cambios que el país merece, viven y gobiernan de espaldas a las necesidades e intereses de esta nueva peruanidad.

Por ello es necesario y hasta inevitable reivindicar nuestros intereses nuevos y distintos, nuestras necesidades postergadas, nuestras aptitudes y cosmovisiones desestimadas por las seudo-élites nacionales. Es necesario participar, intervenir, construir. Construir un país de todos y para todos los peruanos: una verdadera república de ciudadanos.

De eso se trata esto de TODOS SOMOS CHOLOS.

Entonces, bienvenido al blog. Bienvenido, hermano o hermana en esta nueva peruanidad.

Identidad chola como peruanidad. Afirmaciones en torno a la oportunidad de construir una identidad peruana

PPMR

 


Afirmar una común identidad peruana como condición de un proyecto nacional
Sin duda, el Perú carece de un proyecto nacional que oriente las propuestas y programas de sus dirigencias políticas y, en general, de sus dirigencias sociales. Es más, las dirigencias políticas nacionales y la burocracia nacional suelen ser percibidas como desconectadas de las necesidades e intereses de la mayoría de la población. Quizá por ello millones de soles, cientos de proyectos y decenas de programas sociales no mellan la pobreza y sus múltiples manifestaciones a lo largo y ancho del Perú.Ante dicha realidad, la ausencia de un proyecto nacional ordenador de las diversas demandas sociales y propuestas políticas requiere ser afrontada como un problema central en el Perú, si se quiere cambiar radicalmente esa desconexión y las consecuentes fragilidades del Estado peruano, incluyendo sus inefectividades burocráticas. Pero un proyecto nacional requiere resolver la fractura identitaria que nos marca desde las invasiones españolas de principios del siglo XVI, reafirmadas tras la derrota de Túpac Amaru II a finales del siglo XVIII y desatendidas durante los siglos XIX y XX, en los que gobernaron nuestra patria dirigencias políticas mirando únicamente hacia los descendientes de los invasores, salvo contadas, aisladas y utilitaristas excepciones.

Es más, aun hoy las dirigencias políticas no terminan de expresar al Perú cholo que construye ciudades, diseña vestidos, reinventa comidas, crea y recrea música, pintura, poesía, cuentos, organizaciones, blogs, etc. Hacerlo conlleva al menos dos tareas: i) la de autoidentificación con las bases reales de la peruanidad y ii) la de proyectar una visión de lo que queremos expresar como peruanos ante el mundo, en el futuro próximo. Tareas que requieren de nuevos actores políticos que asuman los retos respectivos.


Afirmar la igualdad en peruanidad como condición para una República de ciudadanos


Pero ¿existe o puede existir la “peruanidad”?. Si queremos construir una Nación sólida, la respuesta no puede sino ser SÍ. Pues una Nación es más que un acuerdo sobre límites y otro sobre organización jurídica. Una Nación es también autoidentificación de una cierta hermandad entre quienes compartimos un pasado común y un destino común, los conciudadanos de la Nación. Y esta autoidentificación presupone elementos culturales, acuerdos compartidos sobre qué nos identifica como connacionales, peruanos en nuestro caso. Pasarlos por alto supondría una cohesión meramente formal y por lo tanto, una debilidad intrínseca en la convivencia. Esto es lo que le ha venido pasando al Perú durante la República formal que sucedíó al virreynato. Por eso se explican las fracturas que facilitaron las derrotas de la Confederación Perú-Boliviana y de la guerra del Pacífico, así como la cruenta política peruana del siglo XX y el conflicto armado interno que cerró ese siglo con 69 mil víctimas, la mayoría quechuahablantes... En todos esos conflictos hubo una negación absoluta de la común peruanidad de inmensos sectores de nuestra población... En todos esos momentos se evidenció que unos se sentían esencialmente distintos a los otros. Por eso también, cuando baja la temperatura, todos los años mueren niños y ancianos que de haber estado bien nutridos y abrigados no morirían: mueren porque las dirigencias políticas nacionales no los identificaron como peruanos, iguales en dignidad a ellas mismas y merecedores de los mismos entornos sociales que garantizan la vida ante, por ejemplo, factores climáticos.

Superar esa dificultad para entendernos como iguales en peruanidad resulta esencial para que la idea de una República de ciudadanos cobre sustancia en el Perú. Pero para que eso ocurra, tenemos que partir reconociendo y valorando un elemento central de nuestro punto de partida nacional: nuestra condición de vivir en un país heredero cultural de la gran civilización andina y de la gran civilización europea, a la que se añadieron importantes aportes africanos durante todo el período virreynal, chinos en el primer siglo luego de la independencia de España, y de muchos otros pueblos en el siglo XX, incluyendo los pueblos amazónicos. Herencias o aportes que en su mayor parte no se aislaron, sino que se mezclaron, o, mejor aun, se fusionaron y se siguen fusionando, generando un mestizaje singular, una identidad nueva y distinta; en las que los aportes culturales no se pierden, sino que permanecen enriqueciendo la nueva identidad.


Afirmar la choledad como punto de partida de nuestra peruanidad

¿Cómo caracterizar esa identidad peruana producto de la confluencia de elementos culturales andinos, europeos, africanos, asiáticos? Cómo ya ha sido caracterizada: como mestiza. Pero no de cualquier manera. En el Perú hemos inventado un tipo de mestizaje único en el mundo, y ya le hemos puesto un nombre: “cholo”. Los peruanos nos llamamos “cholos”, le llamamos “cholita” a nuestra amiga linda, “acholamos” el pisco cuando mezclamos variedades de uvas. Lamentablemente, algunos, los que no quieren reconocer a todos los demás como sus hermanos en peruanidad, sus iguales en ciudadanía, “cholean” despectivamente a quienes no tienen el dinero, el color, la dicción, los ternos o trajes de “su nivel” o “condición social”, a los que no pertenecen a los círculos de la “GCU” (“gente como uno”), a los que no podrían entrar a ciertos clubes o discotecas (cada vez más marginales, ciertamente). Peor aun, muchos, a pesar de no compartir esos criterios discriminadores y alienantes, tienen internalizados los prejuicios contra el mestizaje cholo de la peruanidad, por lo que les cuesta aceptarlo como un signo de unión entre peruanos y peruanas.

Pero no hay alternativa. Y si bien es cierto que en su origen la palabra "cholo" fue usada como un despectivo, como tantas otras cosas y conceptos, lo que fue marginado y echado al final de la escala social, ha insurgido y se ha puesto en el centro de la vida común. Es pues el tiempo de aceptar que sólo valorando nuestro peculiar mestizaje cholo, que trasciende lo racial o lo étnico, que se proyecta culturalmente en muchísimas de las manifestaciones que expresan "lo peruano", podremos afirmar una República de ciudadanos, sólida en su base y poderosa en su proyección. Pues sólo afirmando una ciudadanía común, pero no formal únicamente, sino densa, llena de historia y de historias fusionadas, nos sentiremos bien de ser peruanos o peruanas. Y afirmarnos como cholos o cholas, queriéndonos así, es afirmar y querer nuestra andinidad, nuestra europeidad, nuestra africanidad, etc. Es afirmarnos afirmando al otro, que tenemos en frente, reconociendo que sus aportes nos han enriquecido a todos.

Cierto es que aun estamos lejos de afirmarnos de esa manera. Cierto es que seguimos pasando a las celebraciones sin “ver” a los conciudadanos excluidos de toda celebración por su extrema pobreza. Es verdad que buena parte del poder económico y político de nuestro país se concentra en quienes no reconocen la igualdad ciudadana de todos ni la valía cultural de los aportes andinos, amazónicos y africanos y, por lo tanto, al no reconocer a esos otros, tampoco se reconocen a sí mismos como cholos. Pero también es cierto que eso está cambiando. Como cierto es que las fuerzas políticas que aceleran ese cambio están organizándose. Con estas certezas podemos decir que afirmarnos como cholos y construir así una nueva peruanidad, inclusiva, es punto central de las agendas de cambio que la política tiene que proponerle al país. De esa manera podremos construir una nueva elite política para el Perú, que se distinga por proponerle un proyecto nacional que supere sus fracturas y lo haga una verdadera comunidad de ciudadanos y ciudadanas, profundamente orgullosas de su peruanidad chola. La oportunidad histórica está frente a nosotros. Sólo nos queda dejarla pasar o aprovecharla...

Desde este momento el Perú es libre e independiente. La creación de la república y el destino de lo cholo

R. Alonso Vivanco
Ciudadano constructor


A diferencia de una monarquía —que es una sociedad conformada por diversos estamentos sociales organizados verticalmente, teniendo unos pocos (los nobles) privilegios y prerrogativas negados al resto de la sociedad (los siervos o plebeyos)— una república es una comunidad política de ciudadanos libres e iguales. En una república TODOS los ciudadanos, por igual, gozan de un conjunto de derechos (libertades civiles y políticas, y derechos sociales) y tienen diversos deberes para con la comunidad política (el respeto de las normas de convivencia social, el pago de los tributos, etc.)

¿Fue eso lo que se constituyó en el Perú cuando se fundó la república? La evidencia histórica es concluyente. Lo que se fundó en 1821 fue una república únicamente en los textos constitucionales, en el papel, pero que en verdad no fue tal; no por lo menos para la gran mayoría de la población indígena y chola, numéricamente superior al sector criollo. El Perú nació como una república, pero en los hechos estuvo organizado como una sociedad estamental; o —en palabras de Alberto Flores Galindo— como una república sin ciudadanos.


Los orígenes del problema

Tras la conquista del Imperio de los Incas, la Corona española estableció un sistema de dominación social, por el cual la cultura dominante española sometió a la cultura dominada andina. Debido a la diferencia de razas y cultura, tal sistema de dominación devino en un sistema de castas que hasta nuestros días persiste como una pesada herencia colonial.

Este sistema de castas estaba legalizado y dio lugar al establecimiento de dos “repúblicas” coexistiendo en el mismo espacio: una “República de Indios”, conformada por los pueblos indígenas sometidos, y otra “República de Españoles”, integrada por los españoles y sus descendientes (los criollos). Ambos grupos tenían condición legal distinta, ya que la desigualdad y el privilegio se encontraban legitimados como principios indiscutibles e indiscutidos propios del sistema estamental.

Este sistema de castas, sin embargo, no fue totalmente rígido, ya que su objeto no era restringir toda mezcla de las razas, sino, impedir el acceso de la cultura dominada a las posiciones de poder dentro de la sociedad. Ello permitió un amplio proceso de mestizaje racial y cultural, que con el tiempo hizo surgir nuevos sectores intermedios entra ambas castas; asimismo, fue el inicio de un lento pero imparable proceso de “transculturación”.

El régimen colonial, si bien subordinó a los pueblos andinos, respetó las jerarquías de la organización incaica, que tenía sus propias nobleza y plebe. Por ello los miembros de la nobleza indígena (los Curacas), compartieron con la nobleza criolla ciertos privilegios que sólo estaban reservados para los nobles. Tal situación permitió a los Curacas mantener su condición de elite indígena. Asimismo, las “leyes de indias” protegían ciertos derechos de los indígenas, sobre todo referidos a la propiedad de las tierras comunales.

Sin embargo, a fines del siglo XVIII, ocurrió un hecho crucial en nuestra historia: la revolución de Túpac Amaru II. Este movimiento constituyó la eclosión de una serie de movimientos locales que durante todo el siglo XVIII sacudieron al Virreinato. A diferencia de los anteriores, que representaban protestas locales típicamente indígenas, el movimiento de Túpac Amaru representó el aglutinamiento, al menos inicialmente, de todos los sectores provincianos dominados por el aparato burocrático borbón: indios, forasteros, mestizos y criollos. En la medida que (debido al impulso de las masas indígenas) la rebelión se fue convirtiendo en una revuelta popular anticolonial, los criollos y sus allegados la abandonaron.

Túpac Amaru pretendía forjar un estado multinacional independiente bajo la hegemonía incaica, que comprendiera a todas las nacionalidades, incluidos criollos y mestizos; eliminar las divisiones legales de castas y estamentos, menos la nobleza indígena, que por su origen debía ocupar los puestos dirigentes del nuevo orden. Proponía, asimismo, la permanencia de las autoridades españolas, pero el poder del curaca debía ser superior; asimismo, consideraba que la Iglesia Católica debía estar controlada por el Inca.

Como se ve, este proyecto era incluyente e inclusivo, a diferencia del proyecto nacional racista y excluyente que los criollos implementaron al “fundar la república”. De ahí que el proyecto tupamarista, más que una revolución indígena fue una revolución nacional. Su triunfo hubiera significado no sólo la conquista temprana de la independencia sino también, y sobre todo, la construcción del Perú como nación.

El lamentable fracaso de la revolución tuvo dramáticas consecuencias. La más atroz fue la destrucción de la clase dirigente indígena, lo que desarticuló la identificación étnica que la población indígena había mantenido pese a la explotación colonial. Descabezado el sector indígena, a pesar de constituir el grueso de los ejércitos independentistas y realistas, no tuvo un rol protagónico en el movimiento emancipador, y no participó en el pacto social y político que se supone implicaba la constitución de la república. Entonces, lo que se fundó en 1821 fue, a lo sumo, una república para los criollos. Los indígenas y los cholos estaban excluidos de tal sistema.


La república criolla, excluyente y racista

Según Basadre, cuando el Congreso Constituyente de 1822-1825 establece el sistema republicano, en teoría le dice a los peruanos que todos son iguales ante la ley; que deben cumplirse determinados objetivos, destinados al bien común; y que no deben cometerse los abusos que habían proliferado bajo el régimen español. Esto es lo que Basadre ha llamado la promesa de la vida peruana.

No obstante, y paradójicamente, con la independencia la situación de los indígenas —ya mala en la Colonia— empeoró. No sólo subsistió el sistema social de dominación y explotación de la colonia, sino se derogó la legislación colonial que protegía las tierras de las comunidades indígenas, lo que permitió a los criollos apropiarse de las tierras de las comunidades y convertirlas en latifundios. El fenómeno del gamonalismo no es colonial, sino republicano.

Waldemar Espinoza anota que de 1820 para adelante, la situación económica, social y política del indio fue deplorable, las más grandes miserias de la raza indígena tuvieron lugar desde entonces; económicamente regía la explotación a través del tributo, mitas y servicios personales; socialmente seguía aplastada por las clases de procedencia española, criolla y mestiza, ante cuya prepotencia los dispositivos de igualdad eran inoperantes para romper las vallas que los separaban; de modo que el título de “ciudadanos peruanos, de contribuyentes y de propietarios” que les dio el Estado eran palabras irrisorias. Los hispano-criollos, en cambio, con la conciencia de haber ganado “su independencia”, acentuaron su desprecio hacia los indígenas y mestizos, quienes definitivamente quedaron con el apelativo de “cholos”.

Tras la independencia fue evidente el desprecio racista que sentían los criollos hacia la mayoría indígena. Dado que la población andina indígena difícilmente podía ser exterminada, como en Argentina, Chile o Uruguay, y ya que el ordenamiento republicano impedía legitimar jerarquías legales, los criollos optaron por ignorar la existencia de esta población. Entonces, ocurrió la gran paradoja que el Estado, controlado por la minoría criolla, ignoró o despreció a la abrumadora mayoría de la población de su territorio. A decir de Sinesio López, una minoría en el poder decidía que el problema era la mayoría de la población.

Entonces, como señala José Matos Mar, el Estado Criollo, que no realizó mayores intentos de incorporarse al resto del país, definió su propia identidad como Estado Nacional, sobre el supuesto de que la nación era el mundo oficial de las ciudades, de que su relativa unidad cultural e institucional eran la misma unidad de la nación, y de que el ajeno universo de las mayorías que persistía mas allá de las ciudades representaba apenas una marginalidad intrascendente, a la que tarde o temprano, el desarrollo de la civilización haría desaparecer.

En suma, a pesar del nominal carácter republicano, liberal y democrático del proyecto criollo, lo que se erigió en nuestra sociedad fue un Estado Oligárquico, que mantuvo intactas las estructuras estamentales y la división de castas coloniales, y ahondó la profunda desigualdad entre la minoría blanca incluida y el mayoritario resto de la población.


Las migraciones y la cholificación

El sistema de dominación implantado en el área andina tras la conquista española recién comenzó a resquebrajarse a partir de un hecho demográfico: las masivas migraciones de millones de campesinos, de la sierra a la costa, del campo a la ciudad, ocurridas a partir de la década de 1950, tuvo como resultado la aparición y rápida consolidación de un nuevo actor social: el cholo.

Aníbal Quijano, a mediados de los sesenta, anota que el estrato social cholo, que emerge desde la masa del campesinado indígena servil o semi-servil, estaba en incremento. Este estrato se diferencia de la población india en los roles ocupacionales, el lenguaje, la vestimenta, la escolaridad, la movilidad geográfica, la urbanización y la edad. Así, el cholo es el resultado social del proceso de cholificación de la población indígena, por el cual determinadas capas de población indígena campesina abandonan algunos elementos de la cultura indígena y adoptan algunos de la cultura occidental criolla, con lo que van configurando un estilo de vida diferente al de las dos culturas fundamentales de nuestra sociedad, sin perder su vinculación original con ellas.

En ese proceso el sujeto social indígena se transformó, sin asumir totalmente la identidad de la cultura criolla occidental, sino dando lugar a una nueva identidad: lo cholo. La aparición de este actor social marca el inicio del acelerado desmoronamiento del sistema de dominación social impuesto por el régimen colonial. La explosión migratoria a la ciudad de millones de miembros de una sociedad que había permanecido durante más de cuatro siglos en condición de servidumbre, fue el punto de quiebre a partir del cual la mayor parte de la población, hasta entonces marginada, empezó a convertirse en ciudadana, sentando las bases para refundar la república y convertirla en verdaderamente nacional y democrática.

La apabullante presencia de los cholos, del mundo popular, del movimiento popular, de la plebe urbana, o como se le quiera llamar, ha marcado el nuevo rostro del Perú. Y a través de los cholos, este nuevo rostro del Perú reconoce finalmente su legado andino.


Los cholos y el poder

En el proceso migratorio señalado, sectores indígenas devinieron en sujeto moderno, urbano, productivo, social y cultural. Sin embargo, aún no han devenido en sujeto político. Como dice Carlos Franco, habiendo construido ciudades, una vasta red de empresas informales, masivas organizaciones sociales, una cultura propia, etc., no construyó sin embargo organizaciones políticas propias. En este plano, crucial para su desarrollo y poder en la sociedad, la plebe urbana no se auto-representó y más bien fue representada. Si así ha ocurrido, es porque ella no ha organizado un discurso global sobre sí misma, la sociedad y el Estado, en cuyo fundamento articule organizaciones, programas, estrategias de poder y compita por la conducción cultural y política del país.

El hecho que actualmente la plebe urbana, los cholos, no sean sujeto político limita sus posibilidades de continuar en el proceso de su incorporación plena al Estado, siendo éste un problema que debe solucionarse para culminar la construcción de una verdadera república.

Sabemos que ya existen en nuestro país las condiciones para la emergencia de un sujeto político a partir del sector cholo. El hecho que a partir de los noventa el pueblo haya optado por personajes como Fujimori y “sus cuatro cholitos” o “el cholo Toledo”, o que casi le haya dado el triunfo al cholo Ollanta Humala —más allá de los méritos o deméritos personales de estos personajes—, o que en el Congreso empiecen a proliferar representantes típicamente cholos, algunos de los cuales incluso reivindican su condición indígena, son muestras claras de que el mundo popular está exigiendo otro tipo de representación, una representación más acorde a sus demandas e intereses, y que además venga de sus canteras.

Sólo falta dar el paso hacia la auto-representación, que origine un nuevo sujeto político, que sea la efectiva expresión de los intereses de las grandes mayorías del país, de los cholos, que somos todos (o casi todos). Ello requiere una nueva relación o alianza entre los sectores populares, las clases medias progresistas y, en general, todos aquellos sectores sociales dispuestos a apostar por la construcción de una auténtica comunidad política nacional, que reconozca todas las vertientes culturales que vienen aportando en la conforman de nuestra identidad mestiza.

Se sienten ya los pasos. Ese nuevo sujeto político está naciendo; una nueva elite política verdaderamente peruana, mestiza, nacional, y comprometida en representar los intereses de todos los peruanos, sin exclusiones raciales, se está formando.

Exclusión, pobreza y éxito económico de lo cholo

Ramiro Vargas Córdova
Ciudadano constructor


Las crónicas periodísticas los han convertido en sus personajes preferidos. No existe un diario o revista nacional que haya obviado el testimonio de estos peruanos convertidos en figuras emblemáticas, íconos vivientes del éxito del empresariado eminentemente nativo Son los verdaderos “héroes” del capitalismo nacional. Un auténtico boom empresarial. Personas que empezaron de la nada para tenerlo todo en diversas áreas de la actividad humana. ¿Son acaso seguidores de Napoleón Hill (Piense y hágase rico) o simples seguidores de tradiciones, valores y costumbres ancestrales (la persistencia y la resistencia, las ansias de progreso, la familia, la tradición, la cooperación, la austeridad y la fe en lo que hacen)? ¿Son productos, acaso, de un sistema que invita a la lucha incansable por alcanzar metas cifradas, aprovechando inteligentemente el enorme potencial de oportunidades que la coyuntura histórica les ofrece “a pesar de todo”? ¿Qué diferencia podemos encontrar entre Yan Chow (vietnamita que llegara a Hong Kong, pobre y demacrado, en un barco de refugiados a los dieciocho años y a los 25 era todo un millonario) y la señora Flor Mercedes Gallardo Díaz, que creciera entre el campo y un barrio limeño rodeado de pobreza y delincuencia para convertirse posteriormente en dueña y ejecutiva de Kleider, empresa dedicada a la confección de prendas de vestir para damas, con ocho tiendas en Lima y concesionarios en todo el país y en Bolivia[1]. O el caso de Vilma Parra, dueña de la cadena de zapaterías Vilma, la misma que empezó con un modesto puesto de ambulante, vendiendo seis pares de zapatos[2]. Otro caso paradigmático: un señor que empezó vendiendo relojes. Cierto día llevó en un maletín nuevo con sus relojes en venta, despertando el interés de un ocasional cliente, no en los relojes sino más bien en el maletín; movido por este interés se lo vendió, dejó de lado sus relojes e incursionó en el mundo de maletas, convirtiéndose más tarde en uno de los más prósperos comercializadores de este rubro en el Perú, dando una muestra de flexibilidad, sin haber leído a Jack Trout y Al Ries, gurús del posicionamiento y cambios tácticos en el mundo de los negocios. Del mismo modo no podemos dejar de mencionar los ejemplos del Centro Comercial Gamarra y otros emporios empresariales que dan testimonio elocuente del poder económico que amasan empresarios cholos.

Veamos otros fenómenos que llaman poderosamente la atención a sociólogos y estudiosos de la realidad nacional. Un ritmo musical marginal, considerado de mal gusto por un sector de la sociedad más afín y proclive a las modas foráneas del momento, desde el rock hasta las baladas españolas y argentinas, pasando por los ritmos caribeños (salsa, cumbia, merengue, cha-cha-cha, reagge, etc.) con ídolos siempre lejanos, está ahora en el pedestal de la popularidad. Es dable señalar que en determinado momento el snobismo musical pierde adeptos y las legiones de “fans” de ídolos internacionales disminuyen ostensiblemente, es una especie de ruptura de los parámetros establecidos; sucede que muchos de esos ritmos adquieren un “sabor nacional”, son adaptados a la idiosincrasia del popular, convirtiéndose desde luego en un ritmo que paulatina e inexorablemente se va imponiendo y que, con sus variantes, recibe la aceptación y consagración de todos los sectores de la sociedad peruana El ejemplo más evidente es la música chicha. Nos causó asombro ver cómo, en la ceremonia central del concurso nacional del pisco en el Jockey Plaza –donde la mayoría de los participantes eran clase-medieros y bailaban al ritmo de una música criolla con Bartola –, la artista, suelta en medio de la jarana “Muchacho provinciano” de Chacalón. La euforia que se notó en esa cita bailable y en ese escenario catalogado por mucha gente como “pituco” fue total. Es una muestra de aceptación y reconocimiento de lo que antes era marginal y empieza a ser aceptado. Un ritmo nacional que cuenta con sus propias estrellas y hasta su “mártires”, que van desde Juaneco y su Combo en los años 70, pasando por el mismo Chacalón y Enrique Delgado en los 80, y por último el grupo Néctar. Del mismo modo, el folklore andino, exclusivo de los clubes departamentales asentados en la Lima (desde los años 40) o en las ciudades capitales del país, amplían su espacio y copan la atención, primero de los limeños, y luego se extiende a todo el Perú, con el agregado de los peruanos migrantes en el extranjero, que se constituyen en algo así como la avanzada de esta onda musical peruana en predios latinoamericanos y de otras latitudes.

Otro aspecto a resaltar: el modelo conceptual y factual de ciudades sufre un cambio, con la globalización y el caos urbano. La comunidad autogestionaria de Villa el Salvador ya no es el dechado citadino que acaparó las miradas allende las fronteras del país. Así, hoy vemos con gran admiración y sorpresa cómo un distrito limeño se yergue pujante y altivo con luces de neón, mega plazas, pollerías, chifas y varietés de toda índole. Nos referimos el distrito de Los Olivos, (cuna del “perreo” como aporte de la danza popular de nuestro país). Esto, claro, desde la perspectiva de una Lima con un marcado pluriprovincialismo.

¿Qué de común tienen estos personajes que han trastocado la manifestación cultural peruana? ¿Es que nos encontramos ante nuevas facetas y manifestaciones de la identidad peruana? ¿Podríamos señalar que se está produciendo una nueva forma y estilo paisajístico de un Perú que permanecía aletargado, sin autoestima, sin entusiasmos y que hoy, felizmente, renace y pone en juego un atavismo prodigioso y muestra un poder que antes parecía no ser visible?

En todo este contexto encontramos elementos de carácter cultural que, a la vez, representan una respuesta a la marginación y menosprecio que durante siglos han menoscabado de alguna manera la conciencia nacional. Sin temor a equivocarnos, es demostración de la potencialidad inmersa en el ser nacional que ya encontró la válvula de escape. El serrano desdeñado ayer se convierte hoy en el cholo “de mierda”, pero con plata y poder, amén de ser respetado y admirado. Ya no es el indígena de los años veinte del siglo pasado. Tampoco está el criollo de antes, arrasado por ese aluvión de “serranos”, indígenas y cholos que llegaron a poblar las periferias de las ciudades costeras y que al final termina con todos ellos, integrándose y creando una nueva manifestación social y cultural, rebosante de tradición, costumbres y cierta dosis de modernidad. Vale decir, una genuina mezcla de ayni y minca, con individualidad, ansias de reconocimiento y progreso.

Las experiencias históricas que han hecho posible la construcción de naciones han sido muchas más de las veces cruentas. La Guerra de los Cien Años hasta la paz de Westfalia en Europa pueden dar fe de ello. La Guerra de Secesión norteamericana, hasta la Revolución Mexicana nos pone al tanto de esa verdad. Connotados historiadores afirman que perdimos una excelente oportunidad de constituirnos en una nación poderosa con la frustrada rebelión de Túpac Amaru. Desde allí hasta ahora se han seguido buscando los mecanismos históricos, étnicos, geográficos, culturales, sociales e ideológicos (esto último en el sentido semántico) que son necesarios para articularnos como fehaciente colectividad. Tal reto puede ser una tarea de élites o una decisión de los excluidos y marginados que, siendo inmensa mayoría, con sentimientos semejantes y anhelos comunes, asuman el poder e impongan su ideario. O, en el mejor de los casos, de una articulación ambos en la construcción de una nueva propuesta. Evidentemente es un desafío grande, y tarde o temprano los peruanos encontraremos los medios y las formas para plasmar en toda su dimensionalidad la construcción de la identidad peruana, base central de nuestra nación y República. Y, en esta construcción, la prospectiva del poder cholo desde la pluridimensionalidad no debe perderse de vista.

[1] Actualmente Exporta sus prendas de alpaca a Chile, Bolivia, Argentina y Ecuador.
[2] Al mes factura quinientos mil soles y el 2007 está en sus planes exportar

Identidad nacional e identidades múltiples

Patricia Correa Arangoitia
Ciudadana constructora

La búsqueda de una identidad nacional peruana ha sido la gran aspiración que políticos, caudillos e intelectuales han buscado para el país, desde la propuesta criolla hasta el indigenismo más extremo. ¿Qué somos?, ¿cómo somos?, ¿qué nos identifica como peruanos? Esta búsqueda, en pleno siglo XXI, continúa sin resultados que satisfagan las expectativas latentes de identidad nacional, pese a que contamos con mayores elementos de juicio que contribuyen a comprender y perfilar mejor nuestra identidad.

En el Perú existe una tendencia a marcar y subrayar las diferencias culturales y raciales, en contraposición al hecho que posibilitó la construcción de nuestra historia nacional mestiza y para el que, desde el enfoque cultural e identitario, resulta difícil encontrar un “término” que involucre y explique ese mestizaje.

Sobre la primera tendencia, es preciso señalar que está fundamentada en verdades de perogrullo. Así, el Perú es cuna de múltiples culturas como la quechua y aymará, cuya cosmovisión es distinta a la afroperuana, shipiba o aguaruna, también peruanas, y las de éstas disímiles a la costeña o a la netamente occidental. En nuestro país existe una apología a la diversidad cultural e identitaria, que subraya las diferencias de origen y que tiene un prurito racial y cultural muy fuerte. Por ello, no es extraño que escuchemos contraponer culturas, como la cultura indígena vs. la occidental, o considerar a la nación aymará como algo distinto y antagónico a las otras culturas. Siendo así, resulta difícil converger en una identidad nacional que vertebre todas las manifestaciones del ser nacional. Es bueno precisar que no se trata de sumar la diversidad cultural e identitaria existente en el Perú y tener como resultado una nación supuestamente cohesionada.

Por otro lado, en el Perú encontramos nuevos procesos de expresión cultural e identitaria que van mas allá de las diferencias existentes; procesos culturales que empiezan a darle nuevos rostros y formas a eso que llamamos peruanidad. Desde el siglo pasado se empezó a vislumbrar señales de ello. Los pobladores andinos no solo han poblado físicamente las grandes y pequeñas ciudades de la costa. Son sus rostros, vivencias y expresiones culturales los que han dado lugar a un mestizaje que, a las claras, pinta de cuerpo entero la realidad que se avizora: un país con perspectivas históricas que sintonizan con las aspiraciones de todos los peruanos y que se expresa en un término que aún tiene cierto lastre despectivo, pero que ahora cobra valoración social y económica: “lo cholo”. Término peyorativo –como lo sigue siendo la expresión “serrano” o “indio”– que pone al desnudo un racismo aun insistente en algunos sectores de la sociedad peruana.

Al respecto el testimonio de José María Arguedas, describiendo al Perú de los años 20 del pasado siglo, es ilustrativo:
“(…) un ‘serrano’ era inmediatamente reconocido y mirado con curiosidad o desdén; eran observados como gente bastante extraña y desconocida, no como ciudadanos o compatriotas. En la mayoría de los pueblos pequeños andinos no se conocía siquiera el significado de la palabra Perú. Los analfabetos se quitaban el sombrero cuando era izada la bandera, como ante un símbolo que debía respetarse por causas misteriosas, pues un faltamiento hacia él podría traer consecuencias devastadoras. ¿Era un país aquél que conocí en la infancia y aún en la adolescencia? Sí, lo era. Y tan cautivante como el actual. NO era una nación” [1].

Esta descripción de Arguedas grafica con mucha claridad el desprecio racial incubado en el corazón y en la cabeza de muchos peruanos. No hemos terminado de construir nuestra nación y esto no será posible en tanto exista ese tipo de actitudes excluyentes. Sin embargo, hoy es evidente que el contexto social ha variado en algo. Los pobladores llamados andinos, amazónicos, etc., han encontrado canales alternos de expresión más allá de la música o el arte, y participan cada vez en ámbitos como el empresarial llamado “emergente”.

En este contexto, a tono con las visiones antes reseñadas, existen dos posibilidades que permita cohesionar a un país desmembrado. La primera es que sigamos solo apostando por fortalecer identidades regionales en un país que aún no termina por sentirse una nación. Tal postura es una visión errada de la multiculturalidad, ya que solo afirma diferencias pero que no tiende puentes para reconocer puntos en común, dejando de lado la posibilidad de construir un proyecto de país.

Otra posibilidad es ir dándole forma a ese proceso que recorre el país de un extremo a otro y que tiene distintas formas de expresión; eso que podemos llamar la nueva peruanidad, que da cuenta de cómo el andino y el amazónico que migraron a la ciudad no se separan social ni culturalmente de aquellos que se quedaron en su lugar, no obstante los elementos de la modernidad que trastocaron su vida, sea la ciudad, la radio, la televisión, el Internet, entre otros, que deben ser utilizados también como parte de esa construcción.

¿Es posible entonces hablar de una identidad nacional chola en un país multicultural y diverso como el nuestro? Al respecto, no se trata de soslayar y dejar de lado la riqueza de la diversidad de culturas peruanas, sin embargo, es innegable el sincretismo de la cosmovisión andina con la occidental. Y es que el Perú de hoy se ha forjado a partir de esa fusión andino-occidental. Obviamente, lo que a esta cultura aporta la cosmovisión andina es invalorable, si bien la modernidad tiene factores más dinámicos; hay elementos andinos que son sellos de la cultura peruana y nos hacen diferentes a las otras, por lo que el sistema educativo debería recogerlos y expresarlos, el sistema político atenderlos y el social recrearlos en nuestra integración nacional e inserción en la comunidad mundial.

La posibilidad de afirmarnos como nación es una decisión colectiva y también individual. Se trata de reconocer que hay elementos en común, más allá del territorio y nuestra diversidad. Solo podremos afirmar esta nación si asumimos que nuestro proceso de construcción cultural es parte de un proyecto común y que el término “cholo”, que sirvió para discriminar, para diferenciarse con el otro y excluirlo, en la actualidad es expresión de una peruanidad plena de pujanza, esfuerzo, trabajo, arte, cultura, creatividad, etc. Efectivamente, esa mayoría que estuvo al margen del sueño republicano hoy empieza a tener protagonismo y la posibilidad de expresar la identidad peruana: “la chola”, termino que no zanja, sino que abre posibilidades para afirmar la construcción de la nación peruana y de nuestra identidad humana, que nos haga ciudadanos del mundo.

[1] Arguedas, José María. Perú vivo. Ed. Juan Mejía, Lima, 1966, p.12. Citado en: Sanders, Karen. Nación y Tradición. Cinco discursos en torno a la nación peruana, 1885-1935. Fondo de Cultura Económica - Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1997, p. 182